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miércoles, 23 de marzo de 2011

Ujué. Añoranzas del pasado.Tristezas del presente.

                          
Foto: Mikel Burgui
Hoy he leído por enésima vez un poema de nuestro paisano Gaudencio Remón.
Luego me he puesto a repasar fotografías y al fijarme en la que he acabado poniendo aquí, caigo en la cuenta que cuando niños mirábamos hacia allá arriba y el torreón nos parecía una persona coronada.

Gauden es del barrio de arriba de Ujué. Mis amigos de correrías y yo, además de ser algo más jóvenes que él, éramos del de abajo. Del barrio de la Peña.
Cada día, tras salir de la escuela, los de mi edad solíamos jugar y hacer nuestras barrabasadas por Lupera, la calle Larga, el Buzacao, la Aldabea de Azandieta...

Una vez que andábamos correteando por el arrabal de Lupera nos quedamos mirando hacia la iglesia. Estábamos más o menos en el lugar desde donde está hecha la foto. Y de repente Pedro Antonio va y suelta:
-¿A que la torre se parece a un rey?
Miramos hacia arriba y, uno a uno, comenzamos a sacar semejanzas:
- Sí,  y con corona... Las almenas son la corona.
-Y las campanas son los ojos, y el tejau los hombros. 
-Y el hueco de la campana chiquita la oreja.... y la boca, esa ventana redonda
-Donángel el maestro dice que la iglesia la hizo un rey y que luego dejó su corazón en Ujué -acabé mencionando-.
-Ah pues si la torre parece un rey será ese que dice don Ángel - sentenció no sé quién-.
Con el tiempo supe que la torre grande es más “antigua” que el rey que dejó el corazón.

La poesía de Gauden y la foto han acabado reavivando en mí éste y muchos recuerdos más de la infancia.....de cuando el pueblo rebosaba vida y actividad.... de aquellos tiempos en que éramos más de ciento cincuenta los muetes y muetas en la escuela y el pueblo tenía 1300 habitantes.

Si mirabas hacia el campo en cualquier dirección, aquí y allá veías gente trabajando la tierra. Todas las piezas en forma de terraza que se ven alrededor del pueblo se cultivaban. 
Por alguna de las espuendas veías al cabrero. Más allá en aquella otra cuesta un pastor con sus ovejas... o algún boyatero con sus vacas. 
Voces y trajín de arrieros y reatas de machos y mulas por los caminos...

Las calles del pueblo siempre bulliciosas con críos corriendo de un lado para otro. Aquí y allá madres, tías y abuelas  en corrillos de buena vecindad haciendo punto, remendando ropa o según la época pelando almendrucos, separando las  alubias y los  garbanzos de sus vainas secas o haciendo ristras de ajos...
Ventanas llenas de ropa tendida al sol… todas las casas con su columna permanente de humo saliendo de las chimeneas….. Gente jugando en el frontón. Cine y baile los domingos..

El ayuntamiento tenía un secretario, un pasante, tres guardas, un apreciador, un alguacil, un cabrero municipal que cuidaba las cabras que le llevaban los vecinos, un garapitero que también pesaba las reses que sacrificaban en el matadero...

Además había médico, practicante, boticario, veterinario, un esquilador, un herrador que a la vez era cristalero y estañador, tres maestras y dos maestros... la seña Jesús y la seña Avelina que en sus casas daban escuelica (guardaban niños de menos de cinco años), cuatro barrenderas, unos veinte pastores de ovejas,  dos curas, un sacristán y un organista, cuartel de la Guardia Civil, ocho boyateros (pastores de vacas), bodega cooperativa con su bodeguero, dos herrerías, almacén del servicio nacional del trigo y su encargado, veinte pastores de ovejas. 
Dos panaderías, dos carpinterías, siete tiendas, tres fabricantes de garrapiñadas, un lucero electricista, un zapatero que a la vez atendía Correos, una señora que atendía la central de teléfonos y telégrafos, tres barberías, una peluquería de señoras, un fontanero, cuatro carnicerías… cinco bares, una posada, un cine, el frontón y un salón de baile en el que tocaban músicos del pueblo, un chófer y un cobrador de La Tafallesa, autobús que iba y venia de Tafalla todos los días..

Justo habíamos rebasado los ocho años de edad cuando comenzó la sangría: 
A principio de los sesenta la noticia de todos los días era que se iba a Pamplona una familia al completo.
En menos de cinco años, de ciento cincuenta niños en la escuela pasamos a ser cuarenta.. Ujué se despoblaba sin remedio.
De esos cuarenta niños y niñas que quedaron en Ujué porque sus padres permanecieron en el pueblo, a unos los mandaron a estudiar al seminario, a otros a los frailes (Salesianos, Carmelitas, Reparadores.. etc). Niñas que fueran a estudiar con las monjas también hubo...
La escuela quedo reducida a un aula allá entre los años 70-80.

Han pasado los años. Y muchos en los que no ha habido ni un solo nacimiento. La gente mayor que no emigró y optó por seguir en el campo ha ido muriendo.

Ahora somos escasamente 100 los que vivimos a diario en el pueblo. Los que faltan hasta los 200 del censo son ancianos en casa de algún hijo en Pamplona, jóvenes que durante la semana estudian fuera o gente que emigró pero que se resiste a dejar de ser de Ujué.
La tendencia emigratoria persiste, es continua y no se detiene.

Los servicios que quedan se mantienen a duras penas: Consulta del médico y practicante (A.T.S) dos días a la semana. La secretaria del ayuntamiento solo viene martes y jueves. A la escuela sólo van cinco niños…el párroco es compartido con San Martín de Unx.

Hay momentos en que Ujué parece resucitar: Los domingos de mayo miles de personas llegan en romería renovando devociones centenarias a Santa María de Uxue.
Y luego, entre semana, el pueblo vuelve a su soledad.

Precisamente también es en mayo cuando vuelven al pueblo unos vecinos a los que cariñosamente llamamos golondrinas: Gente que tuvo que salir a trabajar fuera y que ya están jubilados. Vienen al pueblo con el buen tiempo y no volverán a Pamplona hasta mediados de otoño.

Llegará el verano y las vacaciones de otros antiguos vecinos de Ujué: Los que todavía están en edad de trabajar y viven fuera pero que también mantienen casa en el pueblo. Pasan todo el año esperando las vacaciones y cuando al fin llegan, vienen con sus familias.

Desde principios de agosto hasta acabar las fiestas de septiembre es cuando más alegre se encuentra Ujué. La época en que hay más casas abiertas. Las fiestas, con mucha juventud participativa y gran animación.
No nos engañemos. Es un espejismo.

Porque se acabará el periodo vacacional. Porque pasarán las fiestas de septiembre y todos estos uxuetarras retornarán a la ciudad, a sus colegios, a sus estudios, a sus trabajos, a su vida rutinaria.
Solo regresarán al pueblo algún que otro fin de semana. Mientras, seguirán soñando con poder vivir en su Ujué natal durante todo el año; luego; más tarde... cuando al fin se jubilen.

La cruda realidad es que acabado el verano el pueblo vuelve a su soledad, a su tristeza y melancolía esperando nuevos renaceres que nunca acaban de concretarse.
La realidad es que Ujué sigue languideciendo viendo como su población va mermando.

Los fines de semana, por unas horas, vemos que hay visitantes. Son forasteros que quieren saber de Uxue y de su pasado esplendoroso. Quieren sentarse a la buena mesa. Tras su visita al conjunto monumental y callejear por el pueblo llenan los restaurantes, piden migas, cordero a la brasa, chuletón… disfrutan del buen yantar y luego se van. Y enseguida, otra vez el silencio...

Silencio y sosegada tranquilidad de entre semana solo rotos por el sonido de las campanas dando la hora, el volar raudo y chillón de cientos de vencejos en tiempos de calor o por el ulular del cierzo empujando las nubes por los cielos invernales.

Quietud y silencio monacales a veces rotos por los estampidos y el rugir de aviones de guerra jugando a volar raso, a encajonarse entre nuestros barrancos y en ametrallar la bardena.....¡Si supieran los epítetos que levantan.....!

Quiero acabar este escrito, quizás tristón y preñado de añoranzas, copiando los versos de Gaudencio que he mencionado al principio. 
Veréis que en ellos le canta al Ujué de hoy. A ese Ujué que conocimos pletórico y que ahora languidece casi desierto y solitario. A ese que cuando niños nos lo imaginábamos como con cara de rey coronado de almenas…
Gauden acaba conminando a Ujué a que se rebele, a que se niegue “a vivir muriendo”….
¡Que bien describe lo que más de uno sentimos!

Leed el poema y paladead cada palabra. Os conmoverán.
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UJUÉ
Pueblo de piedra rebelde:
tus casas van de regreso,
sólo tu torre navega
con remos de moro viejo.

Te reinan las golondrinas
sobre tus tronos al viento.
Cubren tus hombros de rey
cálices y caballeros,
sillares de frente altiva
y cordilleras de rezos
cuando las viejas riberas
con sus piadosos zureos,
resucitan en palomas
todos los mayos un muerto.

¿Te acuerdas del esplendor?
¿De la gloria de tu reino?
¿Has pensado en retornar
a la cueva, al pastoreo,
a la pedrada, la ermita
y hacer cantar al romero?

Bajo tu piedra sagrada,
sombrío, como tu tiempo,
un corazón de rey malo
soporta su juramento
cansado de soportar
el dolor de tus silencios.

Si se agitan sus cenizas
se estremecen tus cimientos,
y retumban las honduras
de tus bronces campaneros.

Pueblo de piedra rebelde:
hoy rebelde más que pueblo,
levántate con la fuerza
de tu vendaval entero,
esgrime desde tu altura
tus blasonados arrestos,
y a todos los horizontes
¡rúgeles! con voz de acero
que tu latir solitario
se niega a vivir muriendo.

Y retumban las honduras
de tus bronces campaneros.
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Poema tomado de la obra  de Gaudencio Remón Berrade "El romancero del campo" publicada el año 2001.
Gaudencio (foto) nació en Ujué el 14 de julio de 1948.  “El romancero del campo” está dedicado a nuestro pueblo y al trabajo duro de la gente del campo antes de la mecanización.
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