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martes, 26 de agosto de 2008

El penitente anónimo.

Normalmente los peregrinos que suben a Ujué salen de las iglesias parroquiales de cada pueblo todos juntos.
En sitio poblado usarán la capucha e irán en fila. A la llegada al santuario de la Virgen todos irán embozados.

La capucha es garantía de anonimato y de  intimidad. Bajo ella puede ir el abogado, el labrador, el médico. el obrero o el ingeniero. Hombre o mujer, todos iguales a la vista de quien los  contemple.
De esta manera las emociones, incluso las lágrimas y el sollozo callado de cada romero quedan en la intimidad.

Entre todos suele haber unos penitentes especiales. Son los que van con una pesada cruz y arrastrando cadenas, a veces descalzos.
Ellos suelen salir así desde sus casas horas antes que los demás, pues los veinte, treinta km de trayecto, le van a costar más tiempo.

Nadie sabe de donde vienen. Caminan arrastrando las cadenas encorvados por el peso de la cruz y por las aristas de la misma que se hunden en sus hombros.
Caminan poco a poco. Descansando muy de vez en cuando en el más absoluto silencio y cobijados en la oscuridad de la noche y en la garantía de anonimato que da ir con la cara cubierta.

Si un día de romería grande madrugas para venir en coche a Ujué, debes hacerlo antes de que salga el sol.
En el trayecto encontrarás primero a los peregrinos que han salido de sus parroquias y que van en grupo. Se te encogerá el alma cuando los veas.

Caminan rápido y aunque van en grupos, el silencio es total.

Antes de llegar a Ujué puede que esté amaneciendo. Puede que todo esté a dos luces.
De pronto, en un repecho del camino, solo, sin acompañantes ves la figura de un penitente solitario silueteándose a la luz de la aurora.

Un hondo escalofrío recorre tu cuerpo. La emoción se te apodera.
Ahí está el penitente con la cruz al hombro, descalzo, los pies al rojo vivo caminando lentamente.

El murmullo de sus cadenas se oye cada vez que da un paso. El tiempo parece que se detiene.

Respiras hondo y dudas si estás a fecha de hoy. Llegas a pensar que has retrocedido en misterioso trance a tiempos pretéritos. O que son esos tiempos los que como una aparición se te muestran ante ti.

El peregrino solitario será alcanzado por los demás antes de llegar a la Cruz del Saludo. Allá los romeros de los distintos pueblos se irán saludando.
Mientras, el solitario permanecerá en silencio y sin mostrar su rostro. O seguirá caminando en solitario hacia el santuario (su paso cuesta más con cadenas). Los que entran en procesión lo alcanzarán antes de llegar al pueblo.

Quedará integrado en la procesión. Llegará junto a los demás cruceros ante la Virgen, asistirá a misa, pero no se quitará la capucha.
Solo la levantará un poco para comulgar. Luego, cuando la misa acabe, desaparecerá entre el gentío sin ser visto ni reconocido por nadie.


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Más fotos sobre entunicados descalzos con cruz y cadenas en el blog del fotógrafo ujuetarra Oscar Zubiri pinchando aquí.
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